Cuento: Panorámico y Viento Rojo | Norma Yamille Cuéllar

29 julio, 2019Norma Yamille Cuéllar

Una gran urbe tiene muchos días locos y quienes trabajamos en el departamento de policía también; poco sueldo, muchas donas, mucho café. Trabajar en la Policía es como estar en la redacción de un periódico: jornadas laborales caóticas, divorcios y relaciones íntimas entre empleados, todo esto aderezado con sangre y balazos.

Años y años trabajando en esto, para entonces ya había compartido el pan y la sal con alcaldes, gobernadores y presidentes. Aquel otoño fue uno de los más violentos en la ciudad, traíamos la fatiga por todos lados, las ojeras se hundían en el rostro, los Semefos estaban al tope y cada hora llegaban más y más 51*.

Una tarde, en un descanso entre masacres, estábamos todos mirando la televisión local en la oficina

—Aquí estamos, en una de las principales avenidas de esta ciudad —dijo un reportero— tenemos a un hombre que se subió a un panorámico, uno de los más altos de la localidad; como pueden ver, el viento está muy fuerte y nos dificulta un poco la comunicación… al parecer el hombre se está acercando poco a poco a la orilla.

¡Divorcio! —se apuró a decir un compañero, iniciando una hipotética apuesta sobre el “trigger” que lanzó al hombre a los pensamientos suicidas.

—Lo corrieron del trabajo —dijo otro.

—Embarazó a su vieja —siguió la apuesta.

No dije nada. Estaba ocupada terminando reportes y trámites policiales, una pesadilla de copias, facturas, pólizas de cheques, comprobantes de gastos, recibos de gasolina, pagos a las tiendas Oxxo y 7 Eleven por concepto de cafés y donas. El bla bla bla de todos los golpes de los dedos contra los teclados de las computadoras y los teléfonos… —Nos estamos acercando a este… hombre… –continuó el reportero— me está haciendo señas para que le acerque el micrófono… vamos a acercarnos.

El reportero le acercó el micrófono al suicida, quien gritó:

—Quiero hablar con Sonia Carvajal de la Rocha.

La oficina quedó en silencio, por unos segundos la mirada de Daniel, –mi amante– y la mía, se cruzaron. Todos me estaban mirando: yo soy, yo soy, yo soy Sonia Carvajal de la Rocha.

Ya no escuché nada más de lo que decía el reportero, quedé bloqueada. El café chafo que estaba tomando, al mezclarse con un trago de saliva como un burdo y primitivo acto reflejo de nerviosismo, quemó mi garganta. Me levanté de la silla.

—Llévate cigarros —un colega rompió el silencio.

—Cuídate —murmuró Daniel, mientras acomodaba el chaleco antibalas debajo de mi ropa.

Llevaba un suéter de cuello tortuga, pantalón ajustado, una gabardina y unas botas de tacón alto. Me gusta caminar y que resuene, también me gusta darles unas buenas patadas a los delincuentes cuando nadie ve, o clavarles el tacón en la garganta, para asustarlos y deleitarme porque luego les da pena quejarse. Nunca lo hacen.

Mi celular sonó.

—¿Lista? —era mi jefe.

—Sí —suspiré.

—Te esperamos abajo.

Salí del elevador, ya estaban ahí varios oficiales, me llevaron a una patrulla para dirigirnos hasta la avenida del panorámico. Mi primer suicida. Entre el silencio tenso pude adivinar el estrés por la petición del hombre de hablar conmigo, solo conmigo, teniendo más de cuatro millones de personas para elegir. Comencé a morder el interior de mi boca, hasta sangrar.

—¡Los cigarros! —grité— ¡olvidé los pinches cigarros!

—Aquí están —mi jefe me dio una bolsa— hay rojos, blancos, mentolados, sabor Tokio por la madrugada o como sea…

—Ya empezó el show —dijo mi otro jefe, al ver el despliegue de medios de comunicación, de elementos de la policía, de protección civil, de bomberos, y de mirones

—ya llegaron los sicólogos… no sabemos quién es ese güey; llévatela calmada.

Y llegamos a la gran avenida que tenía un gran anuncio panorámico de 30 metros.

Bajé de la patrulla entre los buenos deseos de mis compañeros, quienes me escoltaron para evitar el gentío y quienes, a su vez, me ayudarían a subir por las escaleras especiales que estaban acomodando los bomberos. El suicida le había batallado, el anuncio panorámico estaba viejo y oxidado y las escaleras estaban horribles.

Eran las cuatro de la tarde y ya estaban listas las escaleras. Acomodé mi pelo en un chongo y como pude subí con todo y botas Christian Louboutin de tacón, evitaba mirar hacia abajo… la respiración me fallaba. ¿Por qué nadie me dijo que esa tarde había viento rojo? Una especie de viento reseco y electrificado que nace en el desierto y cuando invade la ciudad enloquece a todos.

Jamás había pensado tantas cosas por minuto; cuando al fin llegué y me encontré frente a aquel hombre, levanté las manos para asegurarle que no estaba armada  —me temblaban—. Solo traía la bolsa con las cajetillas de cigarros amarrada de la cintura.

—¡Hey! —grité, porque no estábamos cerca— no traigo pistola, mira…

El hombre caminó hacia mí.

—¿Estás cableada?

—No.

Silencio…

—¿Estás segura?

—Nomás traigo el chaleco, me obligaron a ponérmelo… gracias por… gracias por invitarme a… estar contigo… a veces uno nomás necesita que lo escuchen… cuando gust…

—Yo no me quiero morir —interrumpió— quiero que me depositen cinco millones de dólares a una cuenta que voy a darte. Tengo 20 hombres secuestrados en un camión a tres cuadras de aquí. Todos tienen los ojos vendados, les amarramos las manos y las patas y juro que si no me dan el dinero los voy a matar a todos.

Me dio un papelito: traía su nombre (o presunto nombre) y muchos datos. No entendí nada: Suiza Código: CH / Muestra: CH5604835012345678009 / Código BIC (Swift) o estructura IBAN: CRESCHZH. Número de cuenta:  02300000012813S2 en UBS Private Bank.

—¿¡Crees que va a ser fácil!? —exclamé y pregunté—¿tú crees que se lo voy a pedir a mi jefe, y ya?

—¡Haz lo que tengas que hacer!!

Marqué en mi celular.

—Hola, Sylvia —llamé a una colega de mi departamento— sí, acá estoy en el panorámico… oye, acá con un 3… este… me urge que pongan una canción en los altavoces… sí, se llama “Don’t Worry, Be Happy”… tú nomás diles el nombre, ¿sí? Es bien famosa. Ok, bye.

—¿Qué haces? —preguntó el hombre, frunciendo el ceño.

—¿Qué de qué?

—¿¡Por qué vas a poner esa puta canción!?

—Porque te recuerda a Mireya, tu ex… la que te dejó por tu mejor amigo.

—¿¡Cómo sabes eso!? —llevó las manos a su pelo, sacudiéndolo.

Al cabo de unos minutos la cancioncita se podía escuchar en los altavoces de algunas camionetas de Protección Civil.

Here’s a little song I wrote / you might want to sing it note for note / don’t worry, be happy / in every life we have some trouble / but when you worry you make it double / don’t worry, be happy / don’t worry, be happy now… (Don’t Worry, Be Happy // Bobby McFerrin)

—¡No mames!, ¡no mames! —gemía el hombre.

—Quién te manda, eso pasa por no hacerles caso a tus tías —encendí un cigarro— tu tía Glafira y la otra, la menor, tu tía Clemen, ellas te advirtieron que esa Mireya no era de fiar…

—¡Cállate! ¿Cómo sabes…? —pateó una estructura metálica— ¿¡Cómo sabes tanto, pinche perra¡?

—Así son las historias allá abajo —crucé mis brazos, con todo y cigarro— gente topándose, gente oliéndose, gente persiguiéndose, mintiéndose y separándose y volviéndose a topar… se está más gusto acá arriba, ¿no crees?

—Haz la puta llamada y diles que me depositen, ¡o te juro que a esas 20 personas se las va a cargar la chingada!

—Estoy pensando en cómo le voy a explicar a la Policía, ¿sí? Cómo se lo voy a pedir… estoy pensando en cómo te irán a pagar, tendrían que pedir… no sé… recursos a la Federación, al Gobierno Federal, recursos del Fonden, ¡no sé! Lo que les incautan a los narcos… ¿vas a aceptar pago en especie? ¿Qué tal si el Gobierno quiere pagarte con unos colmillos de elefante que le incautaron a Jesús Malverde?

Sacó su teléfono.

Hey, Mario, habla Toño… haz lo de las bombas… sí, me vale si hay gente cerca, ¡detona las putas bombas!

Se escucharon varios estruendos, no muy lejos del panorámico. Se armó el caos por todos lados. El fuego de cada explosión se expandía rápidamente a causa de los ventarrones. Ambulancias de Cruz roja, Cruz verde, gente de protección civil, bomberos, helicópteros de la Policía y de canales de TV en el cielo… incluso choques de automóviles. Paranoia por doquier y, aun así, mantuvimos a decenas de mirones a los pies del panorámico.

A ver si eso te hace pensar más rápido, ¡pendeja!la voz del hombre se escuchaba lejana, por el escándalo.

Hola, mamá hice una llamada ¿estás bien? ¡Ah!, ¿me estás viendo en la tele? No sabía que lo estuvieran transmitiendo en tiempo real… jaja. Sí, ya andaba arreglada desde temprano. Oye, ¿ya fueron los del gas a arreglarte el problema? ¡A poco!… ¿ya te mudaste? ¿Dónde estás ahora? Sí, la vez pasada no me dijiste… a ver, dime… Miraflores 758, entre Santiago y Vista Alta… ok… a ver si mañana me echo una vuelta… eh… ¿sigues comiendo carne? Pues ¿cómo ves? Vamos por un rib eye, ¿o qué?… ok… mañana nos vemos, bye.

Mi acompañante seguía echando madres, como pensando en qué más hacer.

¿Por qué no haces la puta llamada? gritaba ¡diles que me depositen ya! ¡Voy a seguir con lo de las bombas hasta que me manden el dinero!

—Me estás poniendo en aprietos, imbécil, y no me gusta… ya te dije que el departamento de policía es bien codo… ok, imagina que conseguimos el dinero, y no te avientas, y quedo como heroína… ¿tú crees que no me van a estar chingue y chingue luego, por esos millones? ¿Con indirectas, con miraditas? Supongamos que te damos el dinero y luego empiezas a hociconear sobre todo lo que te regalamos, porque sería un regalo, y luego imagínate que a más gente se le ocurra hacer esta misma mamada… ¿crees que me voy a arriesgar a eso?

—No estás entendiendo.

Saqué mi teléfono.

Hola, ¿Mireya? ¿Eres Mireya Salazar? Hola, mira, mmm… estoy acá con tu ex novio, Toño… oye, necesitamos que vengas, por ahí me dijeron que te está yendo mal con tu novio y Toño quiere volver contigo… ¿puedes escaparte tantito? Acá estamos en… ah, nos estás viendo en la tele… ok, entonces ya sabes cuál avenida es. Sí, apúrate, por favor, acá Toño te espera.

Silencio…

Hacía mucho tiempo que la ciudad no tenía un viento rojo así; con tanto polvo, remolinos, unas nubes que corrieran tan rápido y los pájaros de un lado a otro despavoridos… pasaron unos 20 minutos y llegó Mireya, lo supe porque el hombre comenzó a llorar, mirando hacia abajo, y ella estaba al mero enfrente del gentío con ojos de amor. Los bomberos comenzaron a inflar un gran colchón de aire sobre el pavimento.

—¿No crees que estaría mejor que nos bajáramos juntos de esta madre?    —grité— que volvieras con Mireya y te olvidaras de este pinche pedo. Hasta te picho el Padre Kino, para después de “hacerle el amor”

Mira putita, vas a ver… hizo una llamada ¡hey, cabrón!, me urge que hagas algo… vete a Miraflores 758, entre Santiago y Vista Alta y mátalos a todos, ¿oíste? ¡Que no quede nadie!

Recibió una llamada y luego colgó.

Tu mamá y su gato ya se chingaron… me dijeron que rogó por su vida, se hincó y todo, ya sabes de lo que soy capaz… diles que me depositen, ¡se me está acabando la paciencia!

—¿Manuel? —suspiré, al teléfono— acá sigo en el panorámico, tengo un 3… necesito que depositen 5 millones de dólares a una cuenta en Suiza, luego te explico. Apunta los datos: Suiza Código CH/Muestra CH5604835012345678009/Código BIC (Swift) o estructura IBAN CRESCHZH. Número de cuenta 02300000012813S2 en UBS Private Bank. Llámame cuando lo tengas.  

—¿Ves? —sonrió— ¿tenía que matar a tu mamá, para que reaccionaras?

Oye, Pedro hice otra llamada a uno de mis incondicionales sigo en el panorámico, tengo un 3… necesito que vayas a tres cuadras a la redonda de mi ubicación, busca un autobús con gente secuestrada adentro, son unas 20 personas, traen los ojos vendados… quiero le metas un plomazo a cada uno en la frente. Sí. Limpio.

¿Qué hiciste? ¿¡Estás jugando, pendeja!? ¿Estás jugando conmigo? ¡Diles que no maten a los del camión! ¡Diles!

Pero si ya detonaste bombas, hasta mataste a mi mamá… 

Don’t worry / (ooh, ooh ooh ooh oo-ooh ooh oo-ooh) / be happy / (ooh, ooh ooh ooh oo-ooh ooh oo-ooh) don’t worry, be happy (Don’t Worry, Be Happy // Bobby McFerrin)

—¡Diles que quiten esa puta canción! ¡Ya quítala! —se tapaba las orejas con las manos.

—te depositamos el dinero y comoquiera diste la orden de que mataran a esas personas… ¡qué ojete! encendí otro cigarro.

—¡Diles que no los maten!

—Y mucho cuidado con Mireya, ¡eh!… ya sabes que a tu ex amigo le gusta por atrás… no sé ni cómo se puede sentar la pobre.

—¿Cómo sabes tanto? ¿¡Cómo sabes tanto, pendeja!?

—No me digas que ahora sí te quieres suicidar… y ahora no tienes el valor para hacerlo… te da miedo aventarte al colchón de aire, ¡jaja!

—¿Quién eres? ¿¡Quién eres, maldita!?

—Una policía muy dedicada –sonreí.

No había forma de que supieras lo de mis tías, ni lo de la canción, ni lo de Mireya.

También sé que tu celular ya no tiene batería.

El revisó su teléfono y … no tenía batería.

¿Quién eres? ¿Quién eres?

Hace mucho mi madre adoptiva, sí, la señora esa que mandaste matar, creyendo que era mi madre, y mira, te doy las gracias de todo corazón por haberla matado… bueno, pues ella me adoptó cuando yo era muy chiquita, pero nunca nos llevamos, realmente. Su esposo tampoco me caía bien, y una noche que me quiso meter mano le mordí el pito, le corté la garganta y le saqué las tripas… fue un accidente, dijeron. Nadie podía creer que lo hubiera hecho yo … tenía 6 años.

¡Estás loca! ¿¡Qué hago aquí, con esta pinche loca!? ¡Pinche loca trastornada de mierda!

Así me han dicho por 200 años.

¿Eres un vampiro? dijo, desesperado y con cara de imbecilidad, precisamente, por la imbecilidad de su pregunta.

No digas pendejadas… soy mejor que eso.

¿Un… dem… onio?

Don’t worry / (ooh, ooh, ooh, ooh, ooh…

Troné los dedos, los altavoces callaron.

Ya va a oscurecer dije y el show de este lindo día de viento rojo va a terminar… esto es un hermoso color arrebol… arrebol extremo. Yo ya me estoy aburriendo y tú… ya no tienes cigarros.

Sacó su cajetilla: vacía.

¡Puta madre! gritó,

Mis jefes me dieron un montón de cigarros… ¿qué sabor te gusta?

¡Ya cállate, pinche loca! -se llevó las manos hacia las sienes- ¡cállate!

No, en serio… igual y fumando se te aclara la mente… ven…

El hombre se fue acercando, despacio… ¿sí les dije que el anuncio estaba viejo y oxidado? Toño caminaba y las maderas y los fierros crujían… estiré mi brazo lo más que pude, pero las maderas y los fierros se rindieron: Toño cayó 30 metros y  se estrelló contra el pavimento, a unos centímetros de la colchoneta. Junto a su teléfono, que se pulverizó. Ante Mireya, ante centenares, miles de ojos. Su cráneo partido como una sandía jugosa y resplandeciente en una tarde de primavera.

 arrebol me gusta esa palabra.

FIN

* 51: muerto

* 3: emergencia

Escrito por: Norma Yamille Cuéllar

Ilustraciones: José Fabian Estrada (@malditoperrito)

Edición: Josué Altamirano Alberto & Marisol Higuera Aguilar

Licencia de Creative Commons

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